lunes, 10 de junio de 2013

La vida o la dignidad: Pasqualino Settebellezze (Pascualino Siete Bellezas), de Lina Wertmüller, (1975)




(Los que no hayan visto la película, corran a verla. Siguen spoilers)

     Soy una ferviente admiradora del cine italiano, desde Neorrealismo al cine social de los 70, pasando por el existencialista Antonioni; con el maestro Fellini a la cabeza, único e irrepetible pero que forma parte de una cinematografía con muchos nombres propios,  que durante décadas innovó y produjo joyas del cine que todavía hoy continúo descubriendo.
Lina Wertmüller dirige a Giancarlo Giannini, magnífico y en estado de gracia, encarna al arquetípico macho, capaz de matar por mantener el respeto de la sociedad, que hace de su dignidad una forma de vida pero luego –ah, ¿la vida?-, se encuentra ante el dilema de elegir entre su dignidad o perderla para poder vivir.  Pero, ¿qué es la dignidad para Pascualino?
       La película es más interesante que este planteamiento a secas, porque su tratamiento del tiempo narrativo nos va descubriendo las distintas capas del personaje, es la propia directora a través de los elementos estéticos que le son propios, como el montaje,  que juega con los tiempos y nos va desvelando a este sobreviviente, a este Pascualino en el que finalmente descubrimos que no perdió la dignidad para poder sobrevivir en un campo de concentración,  situación límite que podría entenderse, sino que realmente, nos hace preguntarnos si alguna vez la tuvo. Ha sido un sobreviviente nato que, eso sí, aprenderá a aceptarse y aceptar a los que, como él, hacen cualquier cosa para conservar la vida. Este personaje complejo, es ejemplo de cómo se puede retratar lo más oscuro del ser humano y aun así, entenderlo profundamente y, más todavía, amarlo y perdonarlo.
      Pascualino también aprende y cambia, comienza apaleando a su hermana por prostituta, mata por ella y, al final, no solo acepta que su novia se haya prostituido para sobrevivir, sino que se casa con ella.  Entre la vida y la dignidad, eligió la vida, pero a un coste muy alto. 
      Los que conservaron su dignidad, no resistieron, su amigo Francesco (Piero Di Iorio) y el anarquista Pedro que encarna Fernando Rey, que resultan en contrafiguras de Pascualino, seres pensantes que, por serlo, no resisten el infierno al que son sometidos.  El personaje de Francesco, en especial, una persona sencilla igual que Pascualino, nos muestra que otra forma de pensar es posible, escapando a un posible determinismo del entorno.
     Es de una gran relevancia estética el uso del montaje paralelo en el que pasado y presenta parecen confundirse y la historia de Pascualino se va desgranando. ¿El descubrimiento de que su hermana es prostituta es antes o después de que él sobreviviese al bombardeo en el tren? ¿Cuál de ellos es el flashback? No queda claro sino hacia la mitad de la película, en que Pascualino se encuentra en la estación de tren con un socialista condenado a 28 años de prisión, mientras que él, convertido ya en “El descuartizador de Nápoles”, recibe solo 12 por insania. Ahí estamos seguros que esta acción es previa a la guerra y, entonces, el personaje se nos desvela con más profundidad psicológica y ética, él ya había elegido perder su dignidad –hacerse el loco-, para escapar de una condena a muerte. No hay, sin embargo, dilema moral para las hermanas y la novia de Pascualino;  ellas se prostituyen para poder sobrevivir al hambre –o por amor, como Concettina-, pero nunca pierden su dignidad en lo profundo porque no hay en ellas degradación moral sino una tarea como otra, para poder comer.  Son el contrapunto perfecto a la decadencia de Pascualino.
     Es también este dilema entre vida y dignidad que plantea Lina Wertmüller,  tan vigente siempre y que nos acucia en esta época de modernidad líquida, en que vale la pena reflexionar sobre los límites éticos que estamos o no dispuestos a cruzar para poder subsistir.





viernes, 29 de marzo de 2013

700 MUJERES Y UN PERRO


Nuestra lengua, (español o castellano, según los distintos hablantes), distingue el femenino y el masculino. Nos enseñan que los masculino es lo empleado por defecto y lo femenino es lo marcado solo cuando se trata de mujeres (o hembras en el caso de animales),  exclusivamente; así decimos: Setecientas mujeres fueron incluidas en la lista,  pero modificamos el género en este otro caso: Setecientas mujeres y un perro fueron incluidos en la lista.  Por el perro, claro. (maravilloso ejemplo de mi profesora Olga Fernández)

El género es una propiedad de los sustantivos, que son los únicos que gozan de este privilegio, ya que el género está asociado al sexo de los seres animados: solo estos lo tienen. Las demás categorías solo se ocupan de concordar con ellos.
Cuando hablamos de el camarero se refiere a un hombre y la camarera a una mujer. La periodista es claramente una mujer y si se trata de un hombre será el periodista, en estos casos el sexo está marcado en el determinante. En algunos casos usamos dos palabras distintas como Mamá y papá.

El resto de sustantivos no son de género femenino o masculino en razón del sexo sino por motivos puramente etimológicos: así la mesa no es femenina en razón de su sexo como es obvio, entre otras cosas porque no hay un meso y un retrato no es masculino porque no hay una retrata y así ejemplos sobran, ya captáis la idea.

Ahora bien, también se nos dice que el masculino es genérico e incluye a las mujeres, como no, que eso debería “sobreentenderse” y que no hace falta nombrarnos a propósito y que además, resulta cansino y pesado y largo porque “obvio” que se refieren a nosotras también, faltaba más: cuando decimos los ciudadanos, por ejemplo, nos dice el discurso oficial, también se menciona a las ciudadanas de forma, digamos, tácita.  Esto no es siempre así: cualquier anuncio pidiendo personal, especifica el sexo de las personas que buscan: se solicitan empleados y empleadas, enfermeras y enfermeros, operador y operadora. No hace falta la distinción cuando los puestos de trabajo son en inglés, claro, que es un idioma que no marca género, se solicitan Comunity managers sin más.  Si no especifica, es que se busca un solo sexo: si pide empleado, serán solo hombres y teleoperadora, solo mujeres. Cualquiera que lea estos anuncios lo entiende de esta forma y no se postula si no está dentro de esta pauta. La gran mayoría, por cierto, mencionan el masculino y el femenino: empleados y empleadas, vendedor o vendedora.  También se utilizan término genéricos que sí son inclusivos: 50 vacantes.

Más aún, los discursos formales de toda la vida comienzan dirigiéndose a la persona de más rango desde el punto de vista protocolario y terminan con un señoras y señores porque el protocolo más rancio considera que nombrar solo a los señores es una falta de cortesía puesto que entiende que al no nombrarlas, está EXCLUYENDO a las señoras.
Como ven, que el genérico masculino no excluya a las mujeres no resulta tan claro como nos quieren hacer creer.  Si estamos de acuerdo en que el lenguaje expresa ideas y pensamientos pero también ayuda a modularlos,  no podemos inferir que si nombramos a los alumnos, las alumnas deban automáticamente sentirse incluidas, más bien la situación se parece a tener colarse a codazos de una manera casi ficticia,  pues podría tratarse de alumnos solamente como en: Este baño es para alumnos.

Las cosas han cambiado mucho a lo largo de la historia de la lengua,  y en este proceso parece que no ha habido ningún tipo de hecatombe lingüística: hasta principios del siglo XX se hablaba del progreso de los hombres, del pensamiento de los hombres, desde que el hombre es hombre, etc. Hoy este uso nos parece claramente discriminatorio y sexista: a las mujeres no se las consideraba parte del mundo del pensamiento y hoy hablamos con total naturalidad de seres humanos, personas o el totalizador: la humanidad, pero hubo un momento en que eso resultó “forzado” para mucha gente.

Si realmente creemos en el poder de las ideas transmitidas a través de la palabra, no podemos ignorar que solo lo expresamente dicho incluye de manera digna a todos.  Nombrar algo es hacerlo visible, darle entidad y cuando se nombra tiene que ser directo y sin atajos sobreentendidos.

Cuando se dice solo los alumnos, los empleados, los compañeros, los ciudadanos, los científicos, los políticos, los escritores lo que se representa en el imaginario es una figura masculina, es automático. Solo la mención del femenino hace que las alumnas, las compañeras, las ciudadanas, las científica, las políticas, las escritoras y un largo etcétera, estén expresamente incluidas. La norma lingüística nos anima a hablar claro: seamos claros.






viernes, 8 de marzo de 2013

8 de marzo


     Día internacional de la Mujer Trabajadora, de la Mujer a secas, hoy 8 de marzo se da visibilidad a la lucha de las mujeres por la igualdad. Este año la ONU ha elegido centrar las muchas reivindicaciones pendientes en la violencia contra las mujeres. La mitad de la humanidad está expuesta a ser apuñalada, quemada vida, estrangulada o arrojada al vacío por sus parejas por el hecho de ser mujeres. Miles son maltratadas, golpeadas por hombres muchos más fuertes, a veces delante de sus propios hijos que resultan víctimas a veces con la sola intención de hacer más daño a la madre. Desde el “eres una inútil que no haces nada bien” machacón del típico maltratador hasta el piropeador acosador, figura habitual de la calle en muchos países,  que puede seguir a una adolescente diciéndole asquerosidades durante un kilómetro sin que le parezca mal a mucha gente porque “ella se lo busca con esa falda tan cortita”. La trata de personas y la prostitución forzada es un negocio que mueve miles de millones en el mundo y de los que sus víctimas son en su mayoría, como no, mujeres.  Esto sucede en países en los que la ley otorga igualdad de derechos a todos sus ciudadanos, ni hablar de los que, desde las instituciones del Estado y la ley vulneran o no reconocen los mismo derechos a hombres y mujeres.

     Una sociedad no puede llamarse a sí misma avanzada y civilizada, mucho menos democrática, si no se emplea a fondo en corregir la discriminación que sufrimos las mujeres. Esto debe hacerse en todos los frentes; pedir que no nos maten es básico y elemental pero eso no debe impedir avanzar en todos los temas en los que se juega el modelo de vida que queremos: desde la igualdad salarial hasta la lucha contra los estereotipos de género, pasando por la intervención en la política, las empresas y las instituciones en pie de igualdad. La cultura no es ajena a estos estereotipos: el día que vea una lista de escritores, por tomar un ejemplo al azar, en la que la mayoría sean mujeres y sea algo natural que además no llame la atención de nadie, será muestra de un avance significativo. Podría decirse lo mismo de los Consejos de Administración de  empresas.  

     Hoy es una ocasión ideal para que mujeres y hombres reflexionemos, debatamos y convengamos acciones concretas en este camino de la igualdad.

     Que tengan un gran día.
     

domingo, 3 de febrero de 2013

LAS MUJERES FORMAMOS PARTE DE ESTE MUNDO


     Hace unos años participé en un concurso de cuentos cuyo premio consistía en la edición del cuento junto a muchos más. Recibí el libro un tiempo después bajo el siguiente título: Mujer: su mundo y vivencias. La depresión me duró varios días y ese su, que evoca lo ajeno del asunto, me produjo una sensación de alteridad y alienación.
     ¿Hay un «mundo femenino» fuera del mundo? Es decir, que el «mundo» como lo conocemos, es masculino. Más aún, hay hasta un «universo» femenino, con lo cual las mujeres podríamos vivir en esa cuarta dimensión de ciencia-ficción.
     Esta expresión tan habitual,  que he escuchado bastante, incluso dicha por mujeres, viene a decirnos que las mujeres vivimos en nuestro propio mundo (¿el hogar?)
     Las mujeres pensamos y participamos en la reflexión acerca de los problemas de los seres humanos, desde la filosofía, el arte, el pensamiento en todas sus formas. También en la acción política y social; en la economía y el trabajo diario para construir el futuro junto a los hombres. Entonces ¿por qué cada vez que surge una obra con un personaje femenino potente y de calado profundo tiene que surgir alguien que hable sobre cómo tal escritor o director de cine conoce el «universo femenino»?
     Me encanta Katherine Mansfield. Esta gran escritora a la que admiraban Virginia Woolf y Julio Cortázar, escribió unos cuentos grandiosos de los que se dijo que retrataban los «pequeños detalles», para que nos entendamos: el «mundo femenino», todo lo relativo a las mujeres era, para estos críticos, mínimo y sin importancia básicamente y en cuyas páginas ellos veían una amalgama informe de vestidos y lazos de pelo que les parecían ser iguales y a los que no distinguían más que por el nombre. Nada más lejos de la realidad: los personajes de Mansfield tienen una personalidad única y una carnadura y motivaciones que les dan una gran complejidad y, sobre todo, las pinta como seres complejos y diferentes. 
     Porque debajo del concepto de «mundo femenino» subyace la idea de que las mujeres somos todas iguales, y creo que la mayoría de los que dicen esa frase, seguramente no piensan eso, pero es eso lo que transmiten.
No hay un único mundo femenino en el que todas las mujeres somos iguales, hay seres humanos únicos. 
¿Por qué entonces las mujeres seguimos enganchándonos a estos tópicos?